La representación de la violencia en la paraliteratura hondureña de inicios del siglo XXI

Introducción

 

El nivel de violencia en Centroamérica medido en homidicidios es diez veces mayor al promedio mundial, y esta evaluación no se refiere a la visión occidental de esta región como un lugar de guerras civiles, revoluciones o dictaduras militares, por el contrario, representa una situación después de la “tercera ola de democratización” enmarcada dentro de un periodo de paz (Zinecker, 2017). Para el occidente, América Latina siempre ha sido un foco de violencia (Mackenbach & Maihold, 2015), y esta visión ha fortalecido el vínculo entre violencia, barbarie y el mundo subdesarrollado. Esta categorización sobre la violencia afecta de modo especial a Centroamérica y de forma particular a Honduras. No solo podemos hablar de una historia de la violencia en Honduras, sino que podemos identificar la transformación de las fuerzas y formas que han caracterizado la violencia en los últimos 50 años.

El siguiente trabajo tratará de identificar la forma en que ciertas manifiestaciones culturales han representado la violencia de los últimos 20 años. El significado que la cultura ha tenido en la incorporación de la violencia en la identidad Latinoamericana, ya se mencionaba en 1970, con la publicación de Imaginación y violencia en América de Ariel Dorfman:

La violencia ha sido siempre importante en nuestra literatura, tal como lo ha sido en nuestra historia; pero hasta el naturalismo, las manifestaciones de este problema, aunque sintomáticas y frecuentes, no fueron el resultado de su predominio en una determinada sensibilidad generacional. La muerte se vivía en América desde tópicos literarios europeos. Sin embargo, a partir del naturalismo el problema de la violencia pasa a ser el eje de nuestra narrativa, ya que al descubrir la esencia social de América, las luchas y sufrimientos de sus habitantes, la explotación que sufrían a manos de la oligarquía y del imperialismo, la forma en que la tierra los devoraba, se descubrió, paralelamente, que nuestra realidad era violenta, esencialmente violenta. (pp. 9-10).

Dorfman habla desde la perspectiva literaria: los modelos que se habían utilizadon eran eminentemetne europeos. El triunfo de la literatura latinoamericana estribó de la capacidad de los autores latinoamericanos en crear nuevos modelos para representar su realidad.

Estos modelos literarios han podido representar desde la violencia de la colonización (Araucana de Ercilla), pasando por la explotación del indígena (El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría), el enclave bananero (Prisión verde de Ramón Amaya Amador) y la lucha revolucionaria de años 70 (Fuego en la montaña de Omar Cabezas), por mencionar algunos casos. El autor latinoamericano busco atribuir significado y propósito a la violencia que padecía los pueblos.

La última ola de violencia que vivimos, que entre otros factores se caracteriza por nuevos actores y condiciones como el narcotráfico internacional y la globalización, parece no haber encontrado las formas estético-literarias para su representación (Michael, 2015). Joachim Michael (2015) habla del caso mexicano, sin embargo, podemos extrapolar esta apreciación para el resto de América Latina:

Ya en 2005, el crítico Rafael Lemus somete la narconovela a una crítica mordaz. Lemus admite que se trata de un nuevo “subgénero” dada la cantidad de autores que publican novelas sobre el narcotráfico. Pero el crítico ve que la narconovela fracasa, tal como se presenta hasta el momento: “Una narrativa sobre el narco, una estrategia ordinaria: costumbrismo minucioso, lenguaje coloquial, tramas populistas.” O sea, el desafío de la pesadilla descomunal del narcotráfico, la narconovela responde con recetas comunes (realismo, melodrama, novela negra, etc.) (p. 266)

En Honduras esto se ve reflejado en varias obras, como la ganadora del Premio Centroamericano y del Caribe de Novela “Roberto Castillo”, del hondureño Geovanni Rodríguez: “Los días y los muertos” (2017). Aunque que es una obra de reconocida calidad literaria y de aceptación en los círculos académicos, aún recurre a modelos de literarios tradicionales, en este caso la novela policial.

El investigador Günther Maihold en “La comunicación de la violencia: narcorridos, narcomantas y narcosantos” (2015), encuentra nuevas manifestaciones culturales asociadas con el fenómeno de la violencia generada por el narcotráfico, tomando como ejemplo los narcocorridos y otros fenómenos culturales asociados al narcotráfico en México. El presente estudio estructura la representación de la violencia en manifestaciones culturales no tradicionales en Honduras: puntualmente en la paraliteratura.

Paraliteratura

Entendemos como paraliteratura a una colección de trabajos escritos relegados a los márgenes de literatura reconocida y frecuentemente descartada como “subliteratura” a pesar de sus similitudes con formas reconocidas del canon literario. La paraliteratura incluye pues muchas formas de teatro y ficción popular: literatura para niños, novelas policiales, ciencia ficción y fantasía. Generalmente, asociamos la paraliteratura con productos culturales diseñados para el consumo masivo o popular. Críticos literarios como Jaques Derrida y Roland Barthes han manifestado su desdén por este concepto, ya que en realidad no aporta ningún tipo de reflexión estética-literaria. Es decir, dentro de un género literario pueden existir obras de gran calidad estética, independientemente sus fines o éxito comercial.

Sin embargo, el enfoque de este estudio no es literario, sino cultural. Las obras que se analizarán, serán evaluadas por sus valores culturales, su relación contextual y su impacto social. Utilizamos el concepto de paraliteratura para resaltar el carácter marginal de estas obras dentro del contexto académico. Se han realizado números estudios sobre la literatura centroamericana y su representación de la violencia, sin embargo hay otras obras con gran impacto social y cultural que permanecen fuera de la crítica literaria, y discusión académica.  Como lo menciona Michael (2015), es prioritario incluir a estas obras dentro de la discusión sobre la violencia, especialmente aquellas manifestaciones con amplia difusión.

La transformación de la violencia

La elección de estas formas literarias responde a una necesidad de nuevas formas de violencia en la region. La región pasó de una violencia centrada en una conflicto político de opresión y desigualdad, alentado por la Guerría Fría, durante las décadas de los 70 y 80. Los años 90 fueron un periodo de transición en donde “la creciente difusión y privatización de la violencia que parte de los rebeldes, del crimen organizado o cotidiano, pone de relieve un fenómeno que describe una parte central del poceso de transformación de la violencia” (Mackenbach & Maihold, 2015).

El monopolio del poder por parte del Estado es desafiado por el crimen organizado; la violencia social abarca a más elementos de la sociedad. Las formas de violencia y sus secuelas con la sociedad se modifican sustancialmente frente a los setenta y ochenta, caracterizadas por la guerrilla y la violencia de cuño político. Actualmente parace que la encrucijada no radica en la violencia estatal o contraestatal, por el contrario en la violencia no estatal que compensa, complementa, socava o ignora al estado (Mackenbach & Maihold, 2015).

La proliferación de formas más complejas de violencia se ha convertido en una parte inescapable de la vida cotidiana latinoamericana. Es una realidad con múltiples ramificaciones para la población, generando un escenario sociopolítico decisivo y de repercusiones a largo plazo.

Los estudios sobre el tema de cultura y violencia siguen dos paradigmas generales: a) algunos perciben la violencia como un fenómeno patológico que disrumpe un orden social establecido, y b) otros la entienden como un problema estructural que forma un orden social, a niveles individuales y colectivos (Dueñas & Rueda, 2011). Con un interés tanto en los niveles simbólicos y físicos de la violencia, las obras se analizan examinando los sistemas de valores, formas de representación y las estructuras significacionales que subyacen dentro de cada forma de violencia.

Un enfoque interdisciplinario va más allá de la caracterización de la violencia estructural y la discusión sobre su legitimidad (o falta de ella) para estudiar la violencia dentro de la lógica de su práctica. Entender la violencia desde esta perspectiva implica no solo examinar sus manifestaciones explícitas y sus efectos, sino también los actos sociales que la preceden, provocan y nombran. Esta visión también involucra el estudio de la práctica de violencia y no está limitada a sus actos intencionales, con motivos y objetivos más precisos, o para incidentes aparentemente espontáneos o aislados que interrumpen la regularidad de la vida diaria. La violencia aparece como una forma natural, pero drámatica, de cómo los individuos nos interrelacionamos y organizamos en la sociedad.

La violencia es una parte intrínseca del orden social, una realidad que engloba tanto los aspectos individuales y colectivos de la vida diaria. La violencia puede ser también una fuerza que desafía y destruye un orden social dado. Las prácticas sociales se ven como formas de resistencia, emergen tanto de individuos como de comunidades.

En la era de la posguerra fría, con el advenimiento de reformas neoliberales, se volvió más difícil pensar en la violencia dentro de la tradicional separación entre el estado y las instituciones hegemónicas. La violencia se convirtió ubicua, manifestándose como una amenaza constante y creando una realidad en que cualquier persona puede ser víctima y victimario. Las ciudades se convirtieron en el principal escenario de la violencia, y el miedo como su característica definitiva.

Los medios para entender la violencia también han cambiado. La proliferación y la ubicuidad de las amanezas y la agresión han llevado a una crisis de significados, y las narrativas tradicionales parecen insuficientes para abarcar esta ubicuidad. Los análisis de la violencia se presentan cada vez más a través de las experiencias individuales y representaciones subjetivas, y son las fuentes principales para académicos, intelectules, artistas y periodistas para acercarse al fenómeno de la violencia.

Las ciudades, que anteriormente se estructuraban por la fluidez y el intercambio, se hacen cada vez más segregadas, a medida que sus habitantes han construido barreras en búsqueda de más seguridad. Las narrativas que emergen con respecto a la criminalidad se entrelazan con las nuevas transformaciones urbanas, creando nuevas prácticas y estructuras de significado. Nuevas categorías emergen, como la asociación entre violencia y marginalidad, que legitima comportamientos y percepciones que refuerzan el panóramo de temor.

Tales situaciones, unidas a la proliferación de un estado cada vez más débil, dan mayor legitimidad a aquellos que buscan protección particular o justicia individual. Esto ha llevado a una diversificación no solo de las modalidades de la agresión, amenazas y miedo, pero también en las formas personales de la defensa. La distinción entre violencia legítima e ilegítima, opresión y resistencia, victimas y victimarios se hace cada vez más borrosas en el contexto.

La crítica contemporánea sobre la violencia urbana radica en los discursos hegemónicos que ayudaron a desarrollar este escenario de violencia, que asociaron la pobreza con la criminalidad. Al presentar la pobreza como una amenza a la sociedad, estos discursos implícitamente cultivaban el miedo y el deseo de protección superior. Detrás de los pretextos de estos discursos, los niveles de pobreza y exclusión social se agrandaron, haciendo de la desigualdad económica la forma principal de violencia de la región.

La desigualdad y las diversas formas de agresión, sin embargo, deben entenderse dentro de las historias locales específicas: contexto de guerra y posguerra, dictaduras y posdictaduras, el poder del narcotráfico y su violenta maquinaria, migración masiva y la experiencia de los migrantes.

La transformación de la violencia también establece relaciones y conexiones con el pasado. Si bien, el escenario actual es heterogéneo y más complejo que la violencia política de las décadas pasadas, los antiguas paradigmas persisten, en ocasiones por medio de las mismas personalidades e instituciones, en otras bajo una nueva imagen. Sin embargo, las ideas subyacentes tienen continuidad.

Obras

Se han seleccionado tres obras: “Los pájaros de Belén” (2000) de Serapio Umanzor y Mario Berríos, la columna “Grandes crímenes” (2008-) de Carmilla Wyler y la novela gráfica “Tranformar números en barcos piratas” (2017) de Germán Andino. Se hará una breve reseña de cada obra para luego realizar conclusiones generales sobre su papel en la representación de la violencia en las primeras décadas del XXI en Honduras. No se hará una valoración estético-literaria, en cambio, se tratarán de identificar sus valores culturales, lo particular de su medio y su efecto comunicativo.

Los pájaros de Belén” (2000) de Serapio Umanzor y Mario Berríos

Los pájaros de Belén” (2000) de Serapio Umanzor y Mario Berríos es una crónica de corte policial sobre la captura de la banda criminal de los “Bustillo Padillo”, quienes fueron los raptores y asesinos de Ricardo Maduro Andrews, hijo del ahora expresidente Ricardo Maduro Joest, en el año 1997. La obra es una colaboración entre el periodista Serapio Umanzar y el capitán Mario Berríos, sin embargo, es Berríos quien continúa con una carrera liteararia con más de una docena de obras posteriores. Podemos atribuir a Umanzor el estilo periodístico con el que se escribió la crónica, ese mismo estilo es el que Berríos utilizará en sus obras posteriores para desarrollar ficciones a veces basadas en hechos reales.

Una búsqueda de crítica o análisis sobre la obra revela poco interés por parte de la academia por su estudio. Sin embargo, a no menos de seis ediciones, completamente agotadas a la fecha en Tegucigalpa, podemos catalogarlo como un superventas o “bestseller” local. El éxito comercial de la obra a inicio del siglo evidencia la necesidad del mercado en conocer los detalles y el funcionamiento de las nuevas bandas del crimen organizado, su operación y los esfuerzos que hace el Estado para su detención.

Umanzor, en la introducción del libro, coloca sus raíces en la novela policial del siglo XX, mencionando puntualmente el libro “A sangre fría” de Truman Capote. Aunque su corte es policial, no se evidencia la novela negra (noir) que caracterizó el género el siglo pasado. En la novela negra se difuminan los valores morales, surgen los héroes problemáticos, desarrollandose en contextos plagados de corrupción y disipación. Por el contrario, la crónica resalta la integridad moral del equipo policial (“Los Pájaros”), los sacrificios y la entrega completa al cumplimiento de tarea. Mario Berríos es el protagonista y sus hazañas son relatadas por Umanzor.

Además de poseer un corte policial, el libro también se apropia del género más inesperado: la novela testimonio o testimonial. El carácter híbrido del libro: no enteramente ficción, sino el testimonio de su protagonista, aunado la crónica periodística nos permite atribuirle este antecedente.

Es este trastoque del género testimonial que llama poderosamente la atención. El género fue utilizado en la década del 70 y 80 como el género por excelencia de los marginados y oprimidos, quizá el caso más conocido es el de “Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia” (1982-1983) de Rigoberta Menchú, con Elisabeth Burgos. Sin embargo, ahora en el 2000, son las fuerzas de seguridad del Estado quienes lo utilizan para describir un nuevo escenario de violencia.

Berríos no utiliza la obra como un panfleto político, y trata el desarrollo de la trama se aleja de las posturas políticas (derecha/izquierda), sin embargo, se identifican comentarios como la falta de apoyo económico de las fuerzas de seguridad, el debilitamiento que los gobiernos, específicamente el del Dr. Carlos Roberto Reina, habían causado, y no deja de mencionar que uno de integrantes de la pandilla, Efraín Ordóñez (alias Don Lentes), tuvo conexiones con el movimiento revolucionario “Cinchonero”. Es decir, aunque el libro en una realidad “pospolítica”, el pensamiento de Berríos está atado a los paradigmas de los 80.

De la misma forma en que los protagonistas de la novela testimonial se sentían reprimidos por un órgano todopoderosos, representado por el Estado. Son ahora las mismas fuerzas de seguridad que utilizan el género para expresar su impotencia ante una ola de violencia que parase superar las capacidades estructurales del Estado.

Grandes crímenes” (2008-) de Carmilla Wyler

Los nuevos vehículos literarios también incluyen la columnas y suplementos semanales en diarios del país. El caso de Carmilla Wyler, quien tiene un suplemento dominical llamado “Grandes crímenes” en el diario El Heraldo de Tegucigalpa, es otro caso donde el género policial sirve como vehículo para la representación de la violencia en el país.

La columna es escrita bajo el seudónimo Carmilla Wyler, por ello conocemos poco del autor, aunque podemos deducir que tuvo experiencia dentro de alguna institución vinculada con la aplicación de justicia en el país, probablemente la policía.

El suplemento aborda un caso reconocido por semana, pueden ser casos emblemáticos, históricos, incluso descocidos. Utiliza técnicas propiamente de la ficción para narrar sus sucesos: escenas, diálogos, personajes, etc. No se limita a una crónica, reportaje o recuento de hechos. Trata de crear narraciones en donde conocemos las interioridades del proceso, desde el ilícito hasta su condena, y las repercusiones de sus familiares u otros implicados.

Wyler también saca partido de las mismas necesidades sociales que Berríos. Hay una necesidad cultural de conocer el accionar de las fuerzas de seguridad. Wyler se centra en la novela policial, específicamente el procedural (o procedimental), en donde conocemos paso a paso la resolución de un caso.

A diferencia de Berríos, Wyler se sale de la narrativa y no participa de los casos. Utiliza técnicas de ficción tradicional a través del periódico. Como lo menciona Héctor Leyva (2015) en su ensayo El discreto encanto del cuerpo social corrupto: violencia, literatura y medios de comunicación: “El éxito mediático pudo ser algo no buscado o inesperado para el autor”, sin embargo, el hecho es que estamos ante otro fenómeno cultural masivo y popular que puede formar conciencia del fenómeno de la violencia de formas más efectivas que una novela tradicional.

El aporte de Wyler surge de cómo procesa el fracaso de las fuerzas de seguridad en la impartición de justicia. Wyler admite las debilidades del sistema, y aunque escribe claramente desde la perspectiva policial, no idealiza ni moraliza a sus miembros. Los agentes pueden ser corruptos, los abogados incompetentes y los jueces inoperantes. Sin duda esta es una representación más fiel del contexto nacional con respecto a Berríos.

Pero donde las fuerzas del Estado fracasan, surgen soluciones peligrosas. Debido a la flexibilidad de la ficción, Wyler puede buscar finales con mayor satisfacción fuera de los organismos legítimos. En varias de las historias aparece después de casos que no se resuelven por la vía legal, la figura del digitalismo y la justicia personal o particular.

Como lo menciona Leyva (2015):

En estos casos las cargas emotivas son autoritarias y antidemocráticas, no solo contrarias a las instituciones y al Estado de derecho sino exasperadas por ellos y lanzadas más allá de sus confines hacia el castigo paralegal: hacia el acto que desconoce el orden jurídico e institucional y hace justicia a su voluntad por su propia mano. (10)

La privatización de la violencia también implica la privatización de la seguridad. Políticamente Wyler sigue la línea del fortalecimiento de las fuerzas de orden, sin embargo admite la inexistencia de un monopolio de fuerza por parte del estado y los vacíos que se crean y como se pueden resolver.

Transformar números en barcos piratas” (2017) de Germán Andino

La novela gráfica web de Germán Andino ha sido merecedora de mucho reconocimiento crítico, incluso ha recibido el Premio Periodístico a la Investigación: Escribir sin Miedo por parte de PEN Canadá y el Premio Gabriel García Márquez a la Innovación por parte La Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). En este sentido la obra de Andino ha encontrado aceptación de la crítica, sin embargo se desarrolla utilizando el lenguaje del cómic para representar la violencia.

El cómic nos cuenta la historia de Isaac, un tatuador y unos de los primeros pandilleros en Honduras, que se dedica cubrir los tatuajes de maras con la imagen de un barco pirata. Nos cuenta su vida, su difícil infancia y el contexto en donde surgen las maras y como estas organizaciones son un refugio para la juventud en riesgo social.

Andino es diametralmente opuesto a Berríos y Wyler, en lugar de buscar la solución de la violencia, se preocupa por sus orígenes. En lugar de ver la violencia como un agente externo, cuestiona las estructuras que la producen.

El cómic no ha sido un género muy cultivado o discutido en el medio, sin embargo utiliza un medio muy interesante: el internet. Este comic está diseñado en un sitio web del diario español El País, puede accederse únicamente por internet. El uso de nuevos medios, en este caso el digital, para la creación de espacios para la representación de la violencia es de vital importancia para resolver los grandes desafíos futuros.

Hasta ahora ninguno de los autores discutidos pudo estructurar una estética o medio por el cual abordar el carácter transnacional de la violencia actual. El narcotráfico y las pandillas son fenómenos trasnacionales, la obra de Andino abre la discusión para una experiencia compartida entre otros países que compartan la misma experiencia y los mismos desafíos.

El mito pospolítico

La representación de la violencia en las obras paraliterarias discutidas giran en torno a dos paradigmas: a) la violencia como un agente externo que irrumpe, y b) la violencia como producto de las estructuras del orden social vigente. En Berríos y Wyler, su identificación con las fuerzas del orden público para condicionarlos (predisponerlos) a no tratar de entender la violencia: únicamente resolverla, se adscriben al primer paradigma. Impera mencionar que entre Berríos y Wyler hay diferencias sustanciales, y si bien están próximos al mismo paradigma, se aproximan a él de distintas formas. En el caso de Andino, vemos su esfuerzo por relatar las condiciones que llevan un joven a la mara: los condicionantes y agravantes, su finalidad es comprender el fenómeno, sin duda está más cercano al segundo paradigma.

Todas las obras fueron creadas dentro de una nueva realidad de la violencia en la región, en donde el motor es la narcoeconomía, los carteles y bandas son lo que administran el poder, y Estado debe compartir el poder con la delincuencia. Es decir, se encuentran dentro de un mal llamado entorno “pospolítico”. Con ellos nos referimos a que las fuerzas políticas: izquierda vs. derecha, han sido sustituidos por un contexto para complejo y heterogéneo.

Sin embargo, el éxito de la obra de Berríos y Wyler resalta que los mismos actores de los setentas y ochentas, existen aún y que su transformación pospolítica ha sido únicamente superficial. La vieja ideología castrense, conservadora y anticomunista se encuentra en sustrato de estas narraciones y sus narradores. Huelga decir que esta ideología es anacrónica, no obstante subsiste oculta y silenciosa, buscando fuerzas políticas que la validen y las permitan expresarse. El golpe de estado de Honduras de 2009 es un ejemplo aislado en donde el fervor anticomunista (apuntado hacia el Socialismo de siglo XXI) encontró una forma de expresión política, aún y cuando no existía comunismo a que oponerse.

Otro ejemplo, más constante y vigente son las políticas de la “mano dura”, que siempre han tenido éxito en las urnas electorales. Una vez más, las obras Berríos y Wyler resaltan la necesidad de fuerzas policiales más efectivas para erradicar la violencia, no hay una reflexión profunda sobre las estructuras que las generaron. En Centroamérica, han sido las antiguas figuras de las dictaduras militares quienes han promovido la política de la “mano dura”: el aumento del presupuesto militar, el recrudecimiento de condenas, etc.

Por otro lado, una obra como el cómic de Andino no ofrece (ni se propone ofrecer) soluciones a corto o mediano plazo, entender el fenómeno no implica resolverlo. Ya que el paradigma que lo sostiene, entiende a la violencia como el producto de un proceso orgánico-social. Sin embargo, son estas obras las que nos permitirán la creación de una identidad nacional frente a la violencia. No cabe duda que Andino es un caso excepcional y que su obra pasará a espacios más “legímitos” (cultura alta), sin embargo ha inaugurado un espacio para la creación gráfica, que esperamos sea utilizado por una nueva generación de creadores y consumidores de historietas.

Conclusión

El estudio de obras ubicadas en los márgenes de la academia nos ofrece una visión alternativa de la representación de la violencia. La obra literaria tradicional se preocupa esencialmente por las formas y su construcción estética. Si bien es cierto, es a través de estas creaciones estéticas en donde una verdadera propuesta puede surgir para representar nuesta violencia. Esto no resta importancia al trabajo de las obras paraliterarias como canalizador y reproductor del sentido popular. Entender estas manifestaciones, nos aproxima a entender el sentido popular de la violencia, y con ello poder ofrecer alternativas de reflexión y discusión, ya que estas representaciones generan un ciclo de creación y fortalecimiento de ideas con el público masivo.

La persistencia de ideas políticas obsoletas como sustento de las narraciones contemporáneas exige una contrapropuesta de la crítica, la academia y, sobre todo, los creadores. Debemos buscar nuevas formas estéticas para representar un entorno, pero sobre todo poseer ideas olíticas actuales para darla significado y significación al periodo de violencia que actualmente vivimos.

Bibliografía

Andino, G. (2017, septiembre 29). El País. Retrieved from «Tranformar números en barcos piratas»: https://elpais.com/especiales/2016/el-habito-de-la-mordaza/

Berríos, M., & Umanzor, S. (2008). Los pájaros de Belén. San Pedro Sula: Pacura Editores.

Dorfman, A. (1970). La violencia en la novel hispanoamericana actual. In A. Dorfman, Imaginación y violencia en América (pp. 9-42). Barcelon: Anagrama.

Dueñas, G. P., & Rueda, M. H. (2011). Meanings of Violence in Contemporary Latin America. New York: Palgrave MacMillan Press.

Leyva, H. (2015). El discreto encanto del cuerpo social corrupto: violencia, literatura y medios de comunicación. Itsmo, 1-22.

Mackenbach, W., & Maihold, G. (2015). La transformación de la violencia en América Latina, un debate interdisciplinario. (pp. 1-16). Guatemala: F&G Editores.

Maihold, G. (2015). La comunicación de la violencia: narcocorridos, narcomantas y narcosantos. (pp. 181-231). Guatemala: F&G Editores.

Michael, J. (2015). Narco-violencia y redención en la literatura mexicana. (pp. 261-291). Guatemala: F&G Editores.

Sidoli, O. C. (2004). Los daños punitivos y el derecho ambiental. elDial.

Zinecker, H. (2017). How to Explain and How Not to Explain Contemporary Criminal Violence in Central America. In: Politics and History of Violence and Crime in Central America. New York: Palgrave Macmillan.


Reseña: «El material humano» de Rodrigo Rey Rosa

Material humanoTradicionalmente la imagen ha tenido un papel privilegiado en la experiencia humana. Incluso nuestra construcción de la memoria, se imagina como una colección de instantáneas de nuestro pasado, como especie de álbum de fotos o videos caseros. Rodrigo Rey Rosa, en su obra más audaz y celebrada, introduce la figura del archivo como elemento central en la construcción de la memoria y la identidad.

La historia y la historiografía han identificado la diversidad de fuentes con las que forma nuestra idea del pasado. Por otro lado, la psicología establece los mecanismos con los que nuestra identidad se forma. En El material humano, Rey Rosa utiliza la autoficción para formar un relato que revela las paranoias, traumas y remordimientos de una sociedad que busca encontrarse a sí misma para comenzar a sanar.

Los ojos del mundo tornaron hacia Centroamérica, durante las guerras sucias de finales de los años 70 y 80, conflictos satélites de la guerra fría entre el bloque soviético y EE. UU. Sin embargo, como acertadamente lo muestra Rey Rosa, el origen de la violencia en Centroamérica se puede remontar a las primeras décadas del siglo XX, incluso podemos pensar en las desigualdades y falta de institucionalidad que quedaron como herencia de la colonia. No obstante, son las guerras civiles-revolucionarias las que siembran en la conciencia regional la idea de la violencia.

El autor utiliza la autoficción para contar este relato. Es difícil saber dónde comienza el verdadero Rey Rosa y el Rey Rosa literario, el hecho es que este aspecto no cambiaría mucho al impacto de la obra. El narrador fácilmente podría haberse llamado Juan Pérez. Sabemos que Rey Rosa nutre su ficción con sus experiencias personales, como su estadía en Tánger en La orilla africana y se experiencia en India en El tren a Travancorepor lo que entiendo la necesidad de autenticidad que el autor se exige a sí mismo.

En esta ocasión, la historia incia con el descubrimiento de un archivo de la Policía Nacional guatemalteca descubrieron en 2005. Evento que cae un momento clave para historia de Guatemala, el autor emprende una visión de investigar y colaborar en la organización del archivo. Lo que inicia como una participación cívica, se convierte un ejercicio de catarsis personal. El Gabinete de Investigación tenía un recuento de todos los detenidos por la Policía Nacional en el espacio de no menos de 50 años.

A diferencia de una imagen, el archivo ofrece una nueva capa: la mediación. En este caso el mediador es Benedicto Tun, arquitecto del Gabinete de Identificación, cuyo nombre aparece en las fichas de los detenidos en el archivo. La figura de Benedicto Tun es lo que transforma esta historia, su indagación obsesiva en su vida revela que el mítico Minotauro al final del laberinto, también era únicamente un hombre.

La transformación de la narración, de una serie de notas de investigación en La Isla (como se le llama al Gabinete de Investigación), a un diario de un investigador en busca de respuestas en la figura de Benedicto Tun, a la vida de un escritor contemporáneo guatemalteco. Sin embargo, esta transformación es un viaje inconcluso, sin muchas respuestas, pero muy revelador.

Los resultados de las décadas de violencia no se miden en muertos, ni desaparecidos, sino en la imposibilidad de los ciudadanos  por vivir vidas sin el espectro de la muerte sobre ellos. Todos resultamos siendo parientes de un torturador o un desaparecido, de un secuestrador o un exiliado, y si bien ese episodio de violencia terminó, le ha seguido y le seguirán mucho otros: sin tiempo para resolver los traumas pasados.

La exploración del archivo, con sus detenciones absurdas y escalofriantes, con sus prejuicios es la personificación del poder, pero también la suma de todos nuestros temores. Es una mirada al espacio oscuro que existe detrás de toda sociedad, podría ser como el negativo de una fotografía que conforma la imagen desde una dimensión imperceptible. De esa forma el pasado prohibido construye nuestra identidad, desde el trauma podemos entender nuestro síntoma y patología.

Rey Rosa nos ha dado la metáfora perfecta para explicar la Centroamérica actual: un conjunto de conflictos sin resolver, una herida abierta que aún no sana, una búsqueda de identidad que nos lleva por un sendero infinito hacia nosotros mismos.

Reseña: «El tren a Travancore (Cartas indias) de Rodrigo Rey Rosa

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Fuente de foto: Goodreads.com

La novela epistolar siempre ha sido una suerte de bicho raro en el panorama literario. Aunque entre sus obras figuren clásicos como Pepita Jiménez (en su primera parte por lo menos) de Juan Valera; u otras obras más recientes como El color púrpura de Alice Walker o El marciano de Andy Weir, la novela epistolar siempre queda en un espacio incómodo en donde su forma parece pesar más que su sustancia.

Mi primer encuentro con la novela epistolar fue con unos de sus más conocidos ejemplos: Drácula de Bram Stoker. Eran los mediados de los 90 (tómense un momento para dibujar la imagen mental perfecta), yo tenía 15 años (en este respecto el lector puede hacer caso omiso de la invitación a la imaginación) y un amigo del colegio confesó estar leyendo Drácula. Asistía a un colegio católico, y en aquellos tiempos, leer cualquier cosa que no fuera el catecismo o hagiografía era ya visto con sospecho. No mucho menos Drácula, estábamos a un paso de dibujar un pentagrama en sangre y ofrecer nuestra alma inmortal a los más bajos instintos de Belcebú. No ayudaba que pasta negra y desgastada abrazaba un manojo de hojas amarillentas, tenía todo el aspecto de un libro prohibido que sigilosamente clamaba mi nombre, y en su imagen de portada un monstruo derramada sangre de sus fauces entreabiertas.

Sorpresa para mí (y también para mis inquisidores, espero) cuando lo que me esperaba no era una orgía de sangre infernal, sino un conjunto de cartas escritas por un británico muy cortés.

Admito que mi nivel de sofisticación literaria era casi nulo, sin embargo, es un buen punto de partida para comprender la resistencia este género. A veces el lector está listo para sentarse en su sofá mental y ver el equivalente de una película de acción, pero en lugar se encuentra a un respetuoso caballero leyendo un respetuoso escrito a su socio comercial.

Sin embargo, esta mala fama es inmerecida.

¿Qué es un cuento? ¿Cuáles son las primeras formas que encontramos? Un narrador en tercera persona y omnisciente es útil para los grandes relatos, pero la cercanía que ofrece el narrador primera persona es insustituible. Este punto de vista limitado, a veces inconfiable, es el origen de la narración, de la transposición de una experiencia a otra persona por la magia del lenguaje.

Esto nos lleva a la novela epistolar del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, El tren a Travancore (Cartas indias), es uno de esas novelas en donde te viertes de lleno, como un espía o un voyeur, en la vida de un guatemalteco en la India. Al igual que lo hizo con Marruecos en La orilla africana, Rey Rosa nos introduce el alucinante mundo de la India.

Más que un diario de viaje, las cartas están dirigidas a distintas personas incluidos sus padres, un sobrino, su editor, etc. Con cada persona el narrador establece un tipo de relación distinta. El escritor se vale de las particularidades del género para diseñar una entretenida tragicomedia. El ritmo de las cartas (la periodicidad en fechas) construye un espacio negativo, a ausente, en donde la trama se desarrolla antes del envío de l carta. Es relativamente fácil construir la personalidad del narrador, pero aún con toda la información que obtenemos de él es difícil conocer sus verdaderas intenciones. Las cartas en este aspecto son mensajes dirigidos a un oyente para persuadirlos de un fin, eso nos queda claro desde el inicio, conocer ese fin nos mantiene atados a la trama.

Es una novela escrita con gran desenfado, sin pretensiones literarias más que explorar un género y desarrollar un personaje. Sin embargo, en su autenticidad narrativa hay gran valor y descubrimiento. Cada carta, por espuria que sea, contiene la esencia de la ficción: la magia (o la manipulación). Las cartas son un ejemplo de la delgada línea que separa la ficción de la mentira, algunos dirían que los términos son sinónimos, sin embargo, el arte de la narración descansa en el uso de una construcción para transmitir un mensaje más allá de las palabras. El género epistolar da una forma, una estructura, para quienes deseen iniciar el camino de la narración: es la genialidad del autor la que puede darle significado.

Reseña: «La orilla africana» de Rodrigo Rey Rosa

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Fuente de foto: Todocoleccion.net

De vez en cuando me gusta visitar el sitio de la RAE y ver el listado de hondureñismos, quizá puede ser un acto de curiosidad o inseguridad, sin embargo, siempre ha sido una reflexión productiva. El caso de hoy es la palabra churute. Cito:

churute
1. m. Hond. Cosa de forma cónica, cuando no se conoce su nombre o no se quiere decir.
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No sé exactamente que quieren decir los lexicógrafos de la RAE cuando hablan de una «forma cónica» (como hondureño, esto me tomó por sorpresa), sin embargo, me imagino que para eso están los diccionarios: para sorprendernos.

En donde está muy acertado el diccionario es el aspecto comodín de la palabra, y mejor aún «cuando no se quiere decir«. Alguien debería desarrollar más el concepto de churute,  Lo desconocido, lo innombrable y lo que preferimos no mencionar son la materia de la literatura.

En La orilla africana, Rodrigo Rey Rosa ambienta una excelente novela en Tánger, Marruecos, utilizando una estructura narrativa no linear (como hijo de los 90, mi referente más preciado y evocado es Pulp Fiction de Quentin Tarantino), en donde personajes entran y salen de trama que los une tangencialmente en extrañas asociaciones. Aunque no es propiamente una novela de viaje, sin duda es una carta de amor a Tánger. La biografía del autor menciona que vivió en Tánger y ese contacto brinda un alucinante nivel de autenticidad. Un retrato de una ciudad que va más allá de un postal turística, un retrato que muestra lo brillante, lo oscuro y lo inmencionable de una ciudad, su «churute» (como diría la RAE que decimos en Honduras).

Como en Lo que soñó Sebastián, Rey Rosa otorga al ambiente, en este caso la ciudad de Tánger, una función particular en su narración. Sería prepotente (y equivocado) de mi parte pretender conocer algo de la costa marroquí sin haberla visitado, sin embargo, la descripción que hace el autor contradice muchos de mis supuestos culturales de la región. La novela hábilmente toma los prejuicios culturales que flotan sobre el mundo musulmán y los voltea de cabeza, uno de los puntos de vista más útiles para este fin es el de Víctor, un visitante colombiano en Tánger. A través de él y sus amigos latinoamericanos obtenemos una mirada en donde la realidad penetra el filtro ideológico y nos deslumbra.

Pero el personaje que nos revela la realidad sin filtros es un niño marroquí, Hamsa. A diferencia de los personajes latinos, que comparan la experiencia americana con la africana, los niños asimilan la realidad de una manera fascinante y fragmentaria. El tabú  (el churute, recuerdan) no está presente en ellos: la magia, el miedo y lo desconocido entra en juego en cada una sus vivencias e interacciones. Nada está inherentemente prohibido en la mente del niño, nada es inefable, es más, las peripecias de estos niños nos parecen orillar a espacio casi mitológico del actuar humano.

Estas ópticas frescas: un turista y un niño, se complementan con los personajes locales que se separan de los estereotipos. Como verdaderos personajes, no habitan en una idea, sino en un fin, fines particulares y hasta mezquinos, pero objetivos importantes para ellos. Una de las fortalezas de Rey Rosa en la anulación del narrador omnisciente, aunque la obra está escrita está en tercera persona, son los puntos de vista particulares los que construyen el discurso.

Como es común en Rey Rosa, el uso de animales con fines expresivos son nuevamente piezas fundamentales de la narración. Un énfasis especial en el caso de una lechuza, que parece representar algo distinto para cada personaje, es un eje central en el desarrollo de la trama.

En La orilla africana todo aparece nuevo y misterioso, como nuevos visitantes o niños que llegan a una ciudad. Las calles, los mercados, la costa, son experimentados con tanta vivacidad, que el autor no puedo ocultar su encanto por este mundo: sus partes naturales, culturales y humanas. Creo que la pieza central que une a todos estos personajes es su experiencia de un mundo recién creado, y cada interacción nos acerca a una esencia tangerina de la realidad. Quizá ese sea el propósito de la vida, nombrar todos los churutes de la vida, vivirlos y darles significado.

Reseña: «Lo que soñó Sebastián» de Rodrigo Rey Rosa

Fuente de foto: Amazon.com

Al leer la biografía de Rodrigo Rey Rosa, no sorprende ni su formación en cine, ni la adaptación de esta novela a una película. Lo que soñó Sebastián está repleto de las imágenes ambiguas del lenguaje audiovisual. Digo ambigüedad en el sentido de la evocación de los múltiples significados (eclécticos, incluso contradictorios) que evoca la novela.

Rey Rosa se muestra como un maestro de la novel breve. Por muchos años no fui simpatizante del concepto novela breve, ¿Es que acaso hay un número de páginas que separan lo breve de lo largo? Me parecía un concepto ridículo, carente de fundamentos literarios. Sin embargo, con el tiempo, he visto como varios autores han utilizado la estructura y recursos literarios propios la novela para narrar historias, desarrollar personajes y temas dentro de libros que son convencionalmente más breves. El hecho es que mucho de nuestra idea de «la novela», surge más del mercado editorial, que de un análisis literario. La novela se ha convertido en la pieza central de la narrativa, de la misma forma que las películas de 100 minutos son la únicas que se proyectan en los cines. Admitimos que las convenciones del mercado encasillan la creatividad, por ello: ¿Una novela breve? ¿Por qué no?

La novela está ambientada en la selva tropical del Petén guatemalteco. Este espacio limitado le da al escritor una especie de laboratorio en donde las vidas de varios personajes coinciden, se enfrentan y se desarrollan. El estilo sobrio de Rey Rosa, su narración práctica y descripciones efectivas, se contraponen al estilo con el que se ha tratado de describir la selva latinoamericana. A diferencia de la Vargas Llosa en La casa verde, el narrador circunscribe el papel de la selva a la idea que cada personaje tiene sobre la misma. De esta forma el escenario no es «un personaje más», como se ha estilado en novelas de este mismo tipo, sino que el escenario es la proyección de cada uno de los personajes.

Los personajes sostienen relaciones complejas con la selva: como propiedad, como en el caso del personaje titular (Sebastián), como fuente de riqueza, como espacio puro, como contacto con el pasado, etc. Estas relaciones se vienen a tope por incidente que exhibe las contradicciones inherentes en estos personajes. Creo que aquí en donde radica la fortalece de la novela breve en manos de Rey Rosa, es decir, condensar todo para que lo más importante salga a flote: el conflicto entre personajes.

Puede ser un conflicto explícito y abierto, como la muerte que ocurre, pero también conflictos velados en la interpretación del escenario literario. Conflictos que manifiestan en amistades, amoríos, olvidos y venganzas. Más interesante es que los conflictos pasan, los personajes entran y salen, pero la selva permanece como un testigo mudo en donde el ser humano es una criatura más que habita en su abrazo.

El uso de los animales como un recurso literario también es admirable. En un inicio los paralelismos entre lo humano y lo animal son lineales, pero el autor comienza a jugar con esa certeza. Los animales pueden representar ciertos aspectos humanos, pero a la larga lo que se hace progresivamente más claro es que el status del humano como un ser complejo (más complejo que el animal) se viene abajo en la selva. En la selva el humano es un animal más, la variedad de sus intenciones es de poca importancia para el espacio.

El epónimo sueño de Sebastián es un recurso expresivo para la visión del hombre ante la naturaleza. El espacio onírico parece ser el único capaz de abarcar el panorama completo, el que puede conciliar las contradicciones y el simbolismo inherente, el que traduce la duda, el sueño y acto en la especulación inocua. Parece que únicamente a través de los sueños es que seremos capaces de entenderlo todo, o por lo menos enfrentar lo que conscientemente nos escapa debido a nuestros prejuicios. No es una novela de crecimiento, en donde los personajes se ponen a la moda de la actualización personal, pero sí en donde sus verdaderas identidades se contrastan con el trasfondo de la selva. En este contraste podemos identificarlos e identificarnos. ¿Cuál será el espacio que nos revele nuestra identidad verdadera (si es que existe)?

Reseña: «I’ll Be Gone in the Dark» de Michelle McNamara

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Diseño de portada por Sarah Brody
Fotografías de portada © Ed Freeman/Getty Images (casa); © Kues/Shutterstock (textura). Foto vía: HarperCollins

I‘ll Be Gone in the Dark: One Woman’s Obsessive Search for the Golden State Killer (2018) es la obra póstuma de Michelle McNamara, escritora e investigadora, quien ganó fama por denominar al Golden State Killer como autor de centenares de violaciones y asesinatos en el Estado de California durante los últimos años de los 70 y parte de los 80.

Nuestra fascinación con la muerte y los espacios más oscuros de la actividad humana no son un tema nuevo de discusión. Parte de poseer algo conlleva la consciencia de su ausencia, es parte de la naturaleza humana. Una casa no tendría significado si no tuviera una ventana desde donde ver el mundo del que nos guarecemos. Las narraciones de crimen abren una oscura puerta hacia un mundo en donde las más temibles pesadillas son posibles.

El fenómeno del asesino en serie, los mecanismos para su detección y captura, son la nueva encarnación del voyerismo que ha habitado la tradición oral, literaria y periodística de toda sociedad. Por muchos años se ha enmarcado al asesinos serial como el subproducto (no deseado) de la civilización Moderna: industrial, capitalista y liberal. Una definición originada y sesgada en favor del occidente desarrollado. La consigna es clara: el asesino en serie es una aberración de un sistema que ha erradicado el crimen, mientras que el mundo subdesarrollado tendré que continuar lidiando con el crimen tradicional.

La cultura occidental ha diseñado los productos necesarios para crear un imaginario para integrar la figura del asesino en su sociedad. La novela negra, el noticiero televisivo, la nota roja, entre muchos otros, conforman un corpus de material cultural que ha sofisticado la presencia de este tipo de violencia en las sociedades desarrolladas.

Uno de los formas más interesantes es la generación de estaciones virtuales (internet) para la discusión e investigación de asesinos en serie. Michelle McNamara ingresa al caso del Golden State Killer de esta forma. Estos foros y sitios web en donde aficionados comparten teorías e información sobre crímenes añaden una nueva capa a la función social del asesino en serie. El público ya no observa pasivamente sobre noticias sobre los incidente: ahora puede ser una participante activo en su aprehensión.

¿Podrá un simple ciudadano contribuir en el trabajo que generalmente es trabajo por equipos especializados? En el caso de McNamara pudo, a través de fuentes de información abiertas al público y entrevistas realizadas por iniciativa propia, la autora pudo vincular al menos tres supuestos asesinos que fin de cuentas resultaron ser uno solo. Puede ser que el caso de McNamara sea un caso atípico, sin embargo, la existencia de estos individuos que pueden dedicar su vida expuestos a los aspectos más indeseables de nuestra sociedad es algo extrañamente sorprendente.

La narración de McNamara está repleta de los recursos literarios de la novela negra, con el agregado de descripciones tan abiertas y francas que verdaderamente agotan nuestra indignación. Es un cliché pensar en el policía que lo ha visto y vivido todo, y que resulta difícil sorprender; la labor de McNamara nos explica de una forma más efectiva como los detalles sórdidos de un crimen tienen ese resultado.

¿Cuál será nuestro futuro como consumidores de estos productos? ¿Seremos desensibilizados de tanta muerte y violencia? ¿Aumentará nuestra empatía y nos involucraremos en erradicar estos adefesios sociales?

El libro de McManara tiene la habilidad de introducirnos a caso de gran complejidad, puede extraer de un centenar de entrevistas e información un narración coherente que nos lleve hasta el presente. En un libro cuyo tema es la muerte, quizá la más dolorosa es la muerte de la autora antes de haber finalizado el libro. El asesino del Golden State está aún prófugo, pero tendría ya 60 años y su campaña de asesinatos y violaciones ya ha terminado. Sin embargo, la carrera de McNamara estaba a punto de despuntar en un libro que definirá a una generación de aficionados de los libros de crimen. Por otro lado, el nivel de detalle y empeño de este libro hace difícil pensar que ella podría escribir otro libro como este: en cada página se siente que esta es la obra de una vida.

El crimen en el cuarto de al lado

Se dice que un autor tiene un número predeterminado de libros que puede escribir. Una novela o un libro de no ficción pareciera ser el equivalente intelectual de correr una maratón, o parir un bebé, que para algunos expertos son actividades equivalentes. Después de leer I’ll Be Gone in the Dark de Michelle McNamara, es lamentable considerar que únicamente pudo escribir este libro en vida. Hay muchas consideraciones que deben realizar con este libro. Para comenzar, aunque es su único libro, ella es una bloguera muy popular con cientos de entradas en su blog: True Crime Diary (trucrimediary.com), en donde aún se pueden encontrar un buen número de publicaciones, asociadas al tema de crímenes, asesinos en serie y casos sin resolver.

Además de ser la esposa de uno de mis comediantes favoritos, Patton Oswalt, no conocí mucho de McNamara.

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Photo by Jason LaVeris – © 2011 – FilmMagic – Image courtesy gettyimages.com // via imdb.com

Hay muchas cosas que desconocemos y más aún las que mal conocemos. Mi prejuicio prejuicio y machismo me haya causado sorpresa al ver la franqueza con la que la autora toma el control de la narración de un libro de crimen. Las escenas de violencia carecen de eufemismo y se esmeran de ofrecer una imagen clara de lo ocurrido. Esto puede ser chocante para algunos, pero es una de las fortalezas de McNamara.

No soy un experto en el género de True Crime, pero supongo que esta debe ser una de las principales herramientas de un escritor en este género. Como lector es algo interesante, pero frecuentemente es perturbante y me saca del fluir de la lectura. Las escenas que pinta McNamara son algo nuevo en mi vida de lector, o de consumidor de medio en general. Algo que la diferencia es el hecho que son eventos reales y cómo la autora escoge los puntos claves. Hay algo distinto a una simple parte policial: más que los hechos lo que nos impacta es lo cercano que estamos a la violencia, la forma en que nuestras vidas están frecuentemente a un paso de la violencia, de la destrucción de cicatrices físicas y emocionales que nos marcan de por vida.

Siempre están presente elementos tomados de la ficción, por ejemplo, las explicaciones conceptuales de las ciudades, personas y eventos que rodeaban el hecho. Podría parecer un facilísimo y algo hecho casi mecánicamente, sin embargo, es la parte que más me atrapa, como estas serie de eventos pudo conducir a un resultado inesperado, como estas historias son parte de un todo. No conocemos las vivencias de nuestros vecinos, ni siquiera de lo que ocurre en nuestro cuarto de al lado.

La estrategia de extrañamiento y horror no está en los descabellado de estos eventos, sino en lo cercano que están de nuestro diario vivir.

Más allá de eso, los villanos de McNamara no son genios criminales, pero sí profesionales  dedicados al arte de escaparte, prisioneros de sus instintos, pero intelectualmente astutos y conscientes de su supervivencia. Sus perfiles están en constante evolución y no es fácil identificarlos.

Soy un adicto de los misterios y los rompecabezas, aunque no tenga la capacidad para resolverlos con celeridad, sí me entretienen, y estoy seguro que entretienen a muchos. Ya han sido mucho los cuestionamientos que se han hecho a las personas que disfrutamos de estas historias. La relación que existe entre un autor y su obra es tan compleja como la de un lector y la obra, pareciera que el autor tendría una rol de dios creador, sin embargo, el hecho de disfrutar de esos fenómenos o eventos artísticos implica relaciones psicológicas mucho más complejas que el simple morbo. Nuestra necesidades de voyeur se relacionan con nuestra función social. Es interesante que muchos de estos crímenes no se desarrollan en las partes marginales de la sociedad, sino en espacios de la clases privilegiadas, en donde se esperaría el nivel más alto de desarrollo.

Deseo finalizar este libro pronto para poder ofrecer más ideas sobre una autora que no tuvo la oportunidad de poder desarrollar al máximo su potencial. No está demás ver a esta autora en otros géneros, sin embargo mi principal debilidad en este momento es mi falta de información de las novelas de True Crime.

 

«Sing, Unburied, Sing» por Jesmyn Ward

¿Cuántos veces estuve en ese mismo asiento trasero contemplando el infinito que se revelaba con cada poste de luz que cruzábamos en la carretera? En aquellos momentos solo existía el ahora, solo aquel momento lo era todo. ¿Cómo algo podía existir fuera de él mismo? Asì transitaban aquellos momentos, en espacios reducidos, con el calor floreciendo en todos los espacios. El calor, el sudor, el aire pesado no impactaba, no importaba en los absoluto lo único que sobraba era todo lo demás.

Es esencialmente una novela de carretera, una novela de la trascendencia de los momentos, del fluir del tiempo y de todas la cosas que consumen el tiempo. El tiempo lo corrompe todo y todas las cosas. A fin de cuentas habitamos cosas también, casas, autos, huesos, cuerpos que en lenta descomposición que a fin de cuentas terminan corrompiéndose también, Quizá corromper era una palabra que le quedaba demasiado grande, quizá eran otras cosas que importaban en aquel momento, lo que ocurría era solamente que cualquier cuerpo tiene un fecha biológicamente establecida para todas las cosas y todos los momentos que nos ocupan.

Todos somos atormentados por algún fantasma, lo que pasa es que a veces lo olvidamos.